domingo, 12 de abril de 2009

Encuentro en la corte 1ª parte

El Barón de Fontignau, cortés, elegante, distinguido y deseado soltero, entró en el salón de la mano de la prima de la Reina Marie Rose, la Condesa Du Barry, deseada por muchos pretendientes, pero conseguida sólo por un servidor, por mi, el mayordomo personal de la Condesa.

Yo pude vivir la primera infidelidad de la Reina, si, con el Barón, puesto que ella siempre fue fiel al Rey, pero el Barón… era mucho Barón, y aquí la relato.

Se hizo el silencio, entraron en el salón donde toda la aristocracia europea disfrutaba del baile, todas las miradas fijas en él y en la Condesa, todos los cuchicheos sobre si eran amantes o no, aunque sólo ella y yo conocíamos la verdad.

El Barón, con su habitual desparpajo sacudió las palmas diciendo: - A bailar!

Todos le hicieron caso, pero aquello llamó la atención de la reina, que desde ese momento no le quitó ojo de encima, ni siquiera mientras ella bailaba, observando como la mano del Barón rozaba las caderas de mi Condesa.

La Reina tenía un brillo especial en los ojos, una mirada diferente, imagino que por las historias de entre sábanas que le habían explicado sobre el Barón, y su dotado arte sexual. Eso tenía intrigado a la mayoría de las féminas de aquél salón, puesto que su paquete se marcaba enormemente, y más al pícaro e intencionado roce en el baile con mi Condesa.

En un cruce del baile, se intercambiaron el rey con el Barón, momento que la Reina aprovechó para notar en sus propias carnes la realidad de aquel bulto en el pantalón. Pude observar como su cintura se ceñía sobre el miembro, y la sonrisa pícara llenaba su rostro.

El barón aprovechó para apretarla fuertemente, puesto que la Reina sí era del agrado suyo, él deseaba poseer a todas las féminas de la corte, y la Reina era un gran trofeo.

Al finalizar el caluroso baile, puesto que estábamos a mediados de julio, la reina salió a dar un paseo por los jardines de Versalles, momento que aprovechó el Barón para ir tras de ella, siguiéndola por el laberinto del jardín, yo les observaba desde la terraza de la habitación de mi señora, a la que estaba esperando para dar rienda suelta a nuestra pasión.

Entonces el Barón sujetó del brazo a la reina, intercambiando unas palabras, y poco después una bofetada de ella, e instantes después ella se abalanzó sobre él, empujándolo sobre un banco de piedra del centro del jardín, allí ella arrancó los pantalones agarrando con sus manos la enorme polla que calzaba el Barón, metiéndosela en la boca, comenzando así una mamada espectacular. Pude divisar la mirada de placer del hombre, incluso escuchar alguno de los gemidos, pues no estaban a gran distancia de mi situación, podía ver como la Reina lamía los testículos, sin dejar de pajear aquella tranca, entonces el Barón aceleró sus gemidos, sujetando del pelo a la Reina, ella paró, se acercó a él, arremangándose sus enaguas, enseñándole su sexo, que no pude observar, sólo pude ver ese trasero Real tan bonito, de piel pálida, en el momento que ella montaba sobre la cintura del barón, sin soltar la polla que enseguida se introdujo en su interior.


Entonces sentí unas manos que acariciaban mi espalda, que se metían por mi cintura desabrochando cada botón de mi traje, metiéndose bajo mis ropajes, buscando mi sexo y mi pecho, era mi Condesa, sentía su aliento en mi nuca, sus labios en mi cuello, sus dientes clavándose al sentir mi polla crecer entre sus dedos.
– Mi Condesa, observad allí.
– Lo se, mi prima me advertió de sus intenciones, y yo se lo propuse al Barón
– Os deseo.
– Disfrutemos del espectáculo.


Los movimientos de la reina eran suaves, las manos del barón acariciaban las piernas, la cintura, subiendo hasta sus pechos, que enseguida dejó al descubierto, manoseándolos, e incorporándose para lamerlos, besarlos. Y justo en ese momento levantó la mirada y nos vió observando, entocnes sonrió, y siguió con su quehacer.

Las manos bajaron por la espalda de la reina, metiendose en sus caderas, abriendo sus nalgas, marcando el ritmo de las penetraciones, haciendo que la Reina comenzara a gemir, y a la vez yo sentía como mi Condesa me masturbaba observando a su prima follar.

Entonces el Barón se incorporó, con la reina sobre sus caderas, la puso sobre una mesa, boca arriba, elevó sus piernas por encima de sus hombros, y siguió embistiendola profundamente, bajando aún más el escote para que pudieramos observarla bien.

A reina gemía, demostrando que su goce estaba llegando al punto álgido, entonces ella lo miró fijamente, le empujó atrás, se dio la vuelta, boca abajo, culo en pompa, y arremangó sus enaguas, señalándole su coño al barón.

Él se acercó, se agachó y comenzó a lamerla, abriendo sus nalgas, empalmado al máximo, tocándose de vez en cuando para mantener la dureza, se levantó, la sujetó del pelo, y la enculó, un gemido se escapó de la boca de la reina, en el momento que él la penetró a fondo, sin cesar su movimiento, tirando de sus cabellos, girando su cara para observar su mirada, hasta que de repente pararon, imagino que al correrse los dos, y se quedaron quietos, sintiéndose.

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