lunes, 23 de agosto de 2010

Seis meses, ocho días y cuatro horas

Seis meses, ocho días y cuatro horas hacía que me despedí de ella, marché a ningún lugar, y ella, se quedó donde debía estar, ordenando su mente, su vida.

Allí, de pie, ante aquella puerta de madera noble, inmensa, de un piso del ensanche barcelonés, un ramo de rosas rojas en una mano, una botella de Viña Esmeralda en la otra, afrutado vino que nos encantaba tomar en nuestros encuentros secretos.
Miraba, en el silencio de aquella escalera, los detalles de ebanistería, simplemente recordando, soñando despierto, relamiéndome, aquellos labios que me hicieron perder la razón, pensando en aquello que se me había prohibido para siempre, ahora tenía novio, por teléfono tan sólo dijo:

- Sigues siendo mi mejor amigo, ven a cenar, pero por favor, respétame.


No lograba comprender el porqué de aquella cena, ¿para hacerme daño? ¿Para ver si todavía sentía algo? Seguía meditando.

Dirigí mi mano al timbre, pulsé, y un dindong sonó, escandaloso, despertando al horrible perro del vecino de en frente. Un ruido metálico detrás de la puerta, la corredera de la mirilla se abrió, sonreí como un imbécil, dudaba si debía o no estar allí.

Se abrió la puerta, una sonrisa dulce e intensa como el amanecer me recibió, su pelo precioso, sobre los hombros, sus ojos alegres clavados en los míos, su cuerpo contorneado esperando recibir mi abrazo, que no se hizo esperar.

Me apreté a ella, inhalé su perfume y de repente supe porqué estaba allí, porqué este imbécil volvía a entrar en su vida, porque estaba enganchado a ella, ella era mi droga, mi aire, mi pasión.

Deseé besarla, deseé desnudarla allí mismo, deseé poseerla de nuevo, las imágenes de escenas sexuales junto a ella invadían de nuevo mi mente.

Me presentó a su novio, pues estaba frente a nosotros, en el pasillo, mirando con cara de “¿qué coño hace este tío?”

Pasamos al comedor, donde nos servimos una copa, y comenzamos a charlar sobre lo que estos 6 meses, ocho días y casi cinco horas habían dado de si. Durante la charla, me dieron un sobre… una puta invitación para una boda. Sonreí como un gilipollas, les felicité como si realmente me hiciera ilusión, me sentí inútil en aquél lugar, y no sabía como escapar, necesitaba volver a desaparecer.

- Vamos a abrir la botella de vino. - Dijo él.

Fue a la cocina, entones aproveché para abalanzarme sobre ella, mirándola a los ojos, haciéndole sentir mi aliento, mi calor, mi pecho sobre el suyo, apoyando mi entrepierna sobre su pierna, le dije:
- ¿en serio quieres esto?
- No se….

Su voz dudosa me dejó una cosa clara, quedaba una oportunidad.

La besé, me rehuyó, pero mi boca sobre la suya, mi lengua buscando su lengua eran un nudo imposible de deshacer, sus manos en mi pecho apartándome, las mías en su nuca apretándola a mi, sus ojos clavados en los míos, la erección se hizo latente, la dureza de mi polla en el pantalón le dejó claro que tan sólo ella conseguía esa inmediata reacción. Metí mi mano bajo su falda azul, aparté su culotte e introduje mi pulgar profundamente, masajeando los pliegues de su vagina, rozando su clítoris con la muñeca. Mojada, empapada, nerviosa, con sus ojos abiertos como platos, mirando al pasillo de la cocina.

- Ya estabas mojada.
- Desde que entraste por la puerta.

Me aparté al escuchar descorchar la botella, me senté apartado de ella, en el otro extremo del sofá, mirando las fotos y figuritas de los estantes.

Al entrar por la puerta, a su novio se le enganchó la manga de la camisa en la maneta, cayéndose la bandeja con el vino y las copas al suelo, maldiciendo, la miró y le dijo:

- mejor voy a comprar otra botella, recoge esto.

Salió por la puerta.

- Déjame que te ayude, ¿dejas que te hable así?

No dijo nada. Se limitó a recoger los cristales mientras yo pasaba la fregona. Sentí su mano en mi hombro, me giré y saltó sobre mi, mordiéndome el cuello, lamiéndome la boca, chupando mi lengua, apretándose contra mi como si esos segundos fueran los últimos de nuestras vidas, acelerada, queriendo besar todo lo que podía, acariciando mi paquete, que de nuevo se inflaba en mi pantalón.

- Jordi, recuerdo como me comías el coño, como me ponía sobre tu boca, sobre tu cara, como tus manos acariciaban mis pechos, como me frotaba en tu barbilla, como mi corrida saciaba tu sed de esencia, de mi esencia, de tu esencia. Necesito que me llenes de ti, inúndame una última vez, llena mi sexo de tu pasión, de tu calor, penétrame, ensancha mi vagina cerrada con tu carne, hazme sentir las venas de tu polla marcadas abriéndose paso entre los pliegues de mis entrañas.
- Él no tardará en llegar.
- Ha de picar, se ha dejado las llaves, mucha prisa tenía en salir.

La cogí en brazos, la llevé sobre el sofá, la puse a cuatro patas, levanté su falda, saqué mi polla y apartando de nuevo la braga la penetré con fuerza, a fondo, mojando mis testículos de sus fluidos, goteaban por su piel, por sus piernas, entraba y salía como un poseído, agarraba sus caderas, su cintura, subiendo su camiseta para observar su espalda, acaricié su piel, mientras ella marcaba el ritmo del acto, masajeé sus pechos, nos mirábamos de reojo, gozábamos, en un instante comenzó a gemir, justo cuando alguien tocó el timbre de la calle, aceleré mis caderas, tiré de su pelo y unimos nuestro orgasmo al unísono de un grito de placer.

Corriendo fuimos al baño, nos aseamos, y me senté de nuevo en el sofá, mientras ella abría la puerta y esperaba en el rellano.

Comenzamos a cenar, nuestras miradas cómplices, escondidas de la de su novio, dejaban claro que nos deseábamos, bebimos la botella de vino, entre tanto metí mi pien entre sus piernas, mi dedo en tu raja, luego cayó otra de cava, luego otra más, hasta que volvimos al sofá con un whiskey en la mano, pero sin hielo.

- Tenéis hielo?
- Ups, cielo, ¿no te acordaste de traer?
- No importa, ya bajo yo.
- Que va, el invitado se queda en casa, vuelvo a bajar yo, además, hay que ir a la gasolinera de Sagrada Familia. Id preparando el café, tardaré un poco.

En cuanto se cerró la puerta, se desnudó, se puso a gatas en el suelo, se acercó a mi, y poco a poco fue bajándome la bragueta, metió su mano sonriendo, la mezcla de morbo, peligro y alcohol nos ponía a cien, agarró mi polla, paseó su lengua arriba y abajo, deteniéndose debajo de mi prepucio, en la zona sensible, jugueteando con mis huevos en una mano, mientras que la otra se metía bajo mi camisa, arañándome el pecho, introduciéndosela entera en la boca, hasta la garganta, al ritmo de sus uñas, al ritmo de mis caderas, llevándome al séptimo cielo, logrando de mi otra gran erección. De un salto se sentó sobre mi, manejando mi polla con la mano, metiéndola y controlando la penetración, sus pezones durísimos como nunca, apuntando a mi hambrienta boca, observaba su pubis recibiendo mi sexo, me excitaba esa imagen, estaba enloquecida, gemía, sonreía, cerraba los ojos, gozaba, adelante y atrás, acelerada, logrando de mi un nuevo punto sin retorno.






Mi semen emanaba a borbotones, me besaba, disfrutando de la erupción en su interior, mantuvo el ritmo, mientras yo me concentraba en mantener la dureza, su corrida no tardó en llegar, hasta desvanecerse sobre mi. Abrazado, me relajé y disfruté del cosquilleo de nuestros fluidos en su interior.

Llegó él, con el hielo, mientras nosotros ya tomábamos la primera taza de café, y comenzamos con las copas, whiskey, tequila, me costó poco emborracharlo, se dejaba llevar, copa que le ponías, copa que se tragaba.

A la hora de marchar su novio roncaba en el sofá, ella me acompañó a la escalera, ajustó la puerta, lo suficiente para poder escuchar a su prometido, nos miramos, nos abrazamos, y le susurré un “piénsalo bien”. Al marchar me sujetó la mano, se acercó en el momento que se apagó la luz, nos besamos de nuevo intensamente, y apoyados en la barandilla mordisqueé su cuello, subí su falda, levanté su pierna sobre mi cadera, bajé mi bragueta e hicimos el amor allí, de pie, suavemente, sin prisa, apagando nuestros gemidos en nuestros cuellos, disfrutando de nuestros orgasmos silenciados forzosamente, a las tres y media de la mañana, en un edificio del ensanche barcelonés, un buen día de primeros de junio…


Por la mañana recibí un sms: “ no me caso”.