viernes, 22 de agosto de 2008

Pasión en el Nilo




Atada de manos, boca abajo, Thutmosis II la sujetaba por detrás, penetrándola con fuerza, con rabia, como si quisiera atravesarla con sus embestidas. Era su forma de dominar, de demostrar a su esposa quién era el faraón de Egipto, a quién se le debía decir siempre si, y nunca mirar a los ojos, pues realmente era débil, el poder sobre su pueblo lo ejercía la reina.


Corre el año 1479 a.c., Egipto es un país rico, las batallas libradas
por el ejército de Thutmosis
II, siempre en victoria, habían hecho de aquella región del norte

de África la más rica y poderosa, todos los países se rendían a sus pies, a cambio de clemencia ofrecían esclavos para

la construcción de las grandes obras proyectadas.

Hatshepsut, mujer de Thutmosis II por obligación, no era bien vista en el entorno real, pues su fuerte personalidad y su saber hacer eran contrarios a lo que era habitual en una mujer de aquella época. Ella, siempre esperaba más del Faraón, a nivel sexual, se sentía minusválida, él dominaba, ella aceptaba sin más.

Thutmosis I, padre de la princesa Maat Ka Ra, conocida

posteriormente como Hatshepsut, me contrató: Me llamo Sen-en-Mut yo había sido un gran Guerrero, y durante mis años en el ejército del faraón aprendí el oficio de arquitecto para continuar con la construcción del Templo de Amón en Karnak, yo era hombre de confianza del Faraón padre.


Conocí a Maat Ka Ra, de la cual me enamoré

perdidamente, pese a tener esposa, una embal

samadora de palacio, la cual dedicaba más atención a embalsamar que a mi.

Un día, mientras presentaba los planos de la ampliación del templo a Thutmosis II, una tarde de verano, la reina Maat-Ka-Ra

visitaba el templo, ju

nto a su séquito, al final de la reunión, al llegar a la obra, advertí que la reina paseab

a cerca de mi cobertizo, me acerqué. La belleza de Maat-Ka-Ra


, a la sombra de los pilares de la ampliación, me aterrorizaba, sus hombros y su espalda al aire, su piel suave, limpia, perfecta, sus pechos redondos, bonitos, ceñidos a la túnica blanca, con un collar de oro apoyado en ellos, la cintura apretada por un cinturón labrado en oro con piedras preciosas, la túnica, casi hasta los tobillos, dejaba ver unas sandalias

de cuero trenzado, hechas para ella, con detalles de piedras preciosas y plata, y elevadas por encima de lo normal.

Alargué mi m

ano, y al tocarle el hombro, se giró de repente, pues no esperaba que nadie la tocara, eso era un derecho sólo del faraón, y estaba penado con la muerte, pero yo siempre advertí en su mirada el deseo de sentir mis manos fuertes y curtidas sobre su piel.

Ella se giró, miró a lado y lado, y me empujó debajo de un cobertizo de paja, allí se abalanzó sobre mi, sorprendido no pude resistirme y la besé, sujetándola de la cintura, apretaba esos labios rojizos contra los míos, nuestras lenguas jugaban a saborearse, sus ojos cerrados me permitían disfrutar del momento, y mis manos acariciaban su espalda descubierta. Me a

parté un instante, y le susurré:

- alteza, esto

no está bien, no es correcto, discúlpeme por mi atrevimiento al tocarla, pero sentí la necesidad de hacerlo.

- ¡Arquitecto!, mis deseos son estos, así que no se disculpe por estremecerme con sus manos y

sus beso

s.


En ese instante se hizo el silencio, no supe reaccionar, y me di la vuelta para marchar, ella me sujetó de una mano, y me dijo:

- Si me desobedeces, acabarás jugando con mis panteras negras. – y sonrió.

Dejó caer un tirante, y luego el otro, el vestido sólo se sujetaba por el peso de su c

ollar sobre sus pechos, se lo quitó, y aún los brazos en alto pasando el collar por su cabeza, la túnica calló al suelo dejando ver el esplendor de ese cuerpo joven, hermoso, esos pechos firmes, las curvas de su cintura, sus caderas rosáceas, y su sexo delicado.

Dejó caer el collar sobre el vestido, y se descalzó, se me acercó, poniendo mis manos sobre sus pechos me dijo:

- Hazme tuya, hazme sentir la pasión que siente tu esposa, quiero sonreír como lo hace ella

por las mañanas, después de haber estado en la alcoba contigo, poséeme y mi reino será tuyo, junto con m

i alma.


La abracé, la senté encima de unas balas de paja, y me puse en frente de ella, mientras ella se abrazaba a mi cintura, yo la acariciaba, su cabello moreno con detalles rubios, suave, largo, sus mejillas

sonrojadas... Ella acariciaba mi sexo que con notable excitación sentía en su pecho, me levantó la túnica y desató mi calzón, mi pene, duro y erecto, en el cual se marcaban las venas por la sangre que se acumulaba apareció, se lo introdujo en la boca, y sin dejar de acariciarm

e los testículos con sus manos, lamió y mojó aquel pene que parecía pedir más, provocando mis gemidos apagados de placer, a medida que apretaba mi verga en su boca, ella apretaba más y

más miss testículos, y eso me provocaba gran excitación.

Le di la vuelta, apoyando su pecho en la paja, y sus piernas abiertas ante mi, su sexo húmedo, semiabierto, parecía preparado para recibirme, sus labios íntimos inflamados de la excitación, y ella mirándome, me dijo: - Hazlo ya, no puedo esperar.


Acaricié esa entrepierna, sujeté mi miembro y lo encaré en su vagina, cuando comencé a penetrar

la, la cogí de las caderas y la penetré poco a poco, no quise forzar la situación, pues este había sido mi sueño durante años, y por fin la tenía para mi, la podía poseer en secreto. Alcancé el fondo de su coño, fácilmente entraba y salía, y sus manos tapaban su boca para no dejar escapar ningún grito de placer, si entrasen los guardias estaríamos perdidos.


Me aparté y se sentó enfrente mío, me sujetó del cuello y nos besamos, con sus piernas abrazó mi cintura y la penetré nuevamente, esta vez rápida y fuertemente, apretada a mi sentía co

mo sus movimientos se aceleraban, y como sus uñas se clavaban en mi espalda, no pude aguantar más aquella excitación y dejé que mi placer se diluyera junto con el suyo, nuestros movimientos se volvieron más cortos pero más fuertes, continuó apretándome con sus piernas hasta que

se dejó caer de espaldas.


La ayudé a vestirse, y la acompañé junto con su séquito, enseñándole los planos del templo, como si hubiéramos estado visitando la obra.


El faraón no notó nada en ella que le hiciera sospechar, ni siquiera su repentino interés en la obra, pues él la permitió controlar la obra semanalmente, lo cual aprovechamos para dar rienda suelta a nuestra pasión secreta siempre que la situación lo permitía, nos amábamos en diferentes lugares de aquella inmensa obra, a veces incluso nos daba tiempo de tomar un baño juntos en u

n oasis ce

rcano, lejos de la vista de cualquier persona que pudiera delatarnos.

Donde más nos gustaba hacer el amor era en una zanja, de apenas 80 cms de ancho, y casi dos metros de alto, esa zanja se utilizaba para el paso por debajo de una gran roca, nos poníamos allí, ella con su espalda apoyada en la pared, y las piernas abiertas, una haciendo fuerza en la pared de enfrente, y la otra rodeando mi cintura, penetrándola y besándonos, y luego, acabábamos nuestro coito con mi espalda en la pared, penetrada por atrás, sujetando sus caderas, y

sus manos apoyadas en la pared para ejercer más fuerza, de esta forma ella controlaba la fuerza de la penetración, y yo no requería ningún esfuerzo para darle placer, a

sí me podía concentrar en controlar mi eyaculación y hacer que ella llegara varias veces al clímax antes que explotáramos juntos en su interior.

Después de varios meses, comenzamos a reunirnos en palacio, allí podíamos pasar horas metidos en su cama, amándonos, o simplemente abrazándonos y escuchando el dulce sonido del silencio de los amantes.

Coconubis, era la cortesana de confianza de la reina, ella conocía todos sus secretos, incluso el nue

stro, pues a menudo, sentada en la puerta, vigilaba que

nadie entrara y nos sorprendiera.

Una mañana, mientras Maat-Ka-Ra y yo dormíamos abrazados en la alcoba real, Coconubis nos de

spertó alterada, mi cuerpo desnudo imagino fue de su agrado, pues no apartaba

sus ojos de mi sexo: - rápido, viene el faraón.

Desnudo, tomé mi ropa, y me escondí detrás de las cortinas, Maat-Ka-Ra no tuvo tiempo de vestirse

y se quedó tumbada, debajo de las sábanas, y con su cortesana sentada a su lado. Thutmosis II entró, con un estruendo en la puerta, y mirando a lado y lado señaló a la reina:

- Tú, co

n quien estabas, me han informado que se oían gemidos en este aposento.

- Aquí solo estamos Coconubis y yo, hablábamos y jugábamos, será eso lo que han escuchado.

- ¡Todos fuera y cerrad la puerta! Tu no, cortesana, quédate.

La cortesana, de pie, quieta al lado del faraón, sin levantar la mirada. El faraón se acercó, y apartó la sábana de la reina, ella, allí desnuda, con los pezones duros y las piernas cerradas para q

ue no se viera el color enrojecido de su sexo. Thutmosis acercó la mano, y la metió entre las piernas de la reina, la miró, miró a la cortesana y dijo: Ahora vas a seguir con lo q

ue estabas haciendo a la reina, y quiero contemplarlo.

Coconubis, prefirió asentir, pues explicar la realidad solo le traería problemas, se acercó a la cama, y antes de sentarse el faraón le arrancó la túnica, la dejó desnuda como la reina. Debo reconocer que el cuerpo que allí vi era realmente hermoso, unos pechos grandes, bien for

mados, una cintura fina, largas piernas, una espalda de piel suave... Coconubis se agachó, acercó su mano a la entrepierna de la reina, y las abrió con suavidad, metió su mano, y sintió como la reina estaba empapada de nuestros fluidos, eso a ella la excitó, pues a menudo la había observa

do como nos miraba desde la puerta y se acariciaba viendo como la reina trotaba sobre mi cuerpo.

tía suavemente sus dedos en la vagina mojada, miró al faraón y él señaló el sexo de la reina. Coconubis acercó su cara, abriendo los labios vaginales con las manos, metió su lengua, la subía y bajaba como hacía yo, imitaba mis movimientos, dibujaba círculos alrededor del clítoris con la lengua, y cada varios círculos mordía esa campanilla, la lamía y se la metía entera en la boca, como si quisiera comerse todo el sexo de aquella dama. La mirada del faraón, fija en aquel acto, se cruzaba con la de la reina, entonces se levantó, tomó una sábana y la lanzó sobre la cara de Hatshepsut: - No te destapes, no quiero que mires, y tu sigue lamiendo.


Mientra

s que la cortesana la masturbaba con su boca, él se paseaba por detrás, y las mi

raba; yo, podía contemplar toda la escena, incluso veía la cara de la reina, que desviaba la mirada hasta encontrarse con la mía, y sin dejar de mirarme, sonrió, levantó las piernas, ofreció todo su sexo a su cortesana, eso excitó al faraón, que se acariciaba apoyado en la pared detrás de la chica desnuda, observando esos dos sexos femeninos abiertos y mojados, se levantó la túnica, sacó en mano su miembro, y acercándose al culo de Coconubis, sujetándola del pelo, la penetró salvajemente, a fondo, la ordenó seguir con su labor, él la penetraba una y otra vez, ella, parecía disfrutar, y miraba tambi

én hacia donde yo estaba, apenas pestañeaba. El faraón la empujó, la puso sobre la reina y las abrió a las dos de piernas, penetró nuevamente a la cortesana, y luego a la reina, ellas me miraban, después de unos minutos, el faraón penetró analmente a la cortesana, donde a los pocos segundos eyaculó, se apartó, se vistió y salió por la puerta, - Ya podéis seguir.

Me acerqué a ellas, agachado tras la cama por si volvía a entrar, acaricié sus rostro

s y

les pedí disculpas por lo sucedido, yo no podía hacer nada, pero deseé en mis adentros que alguien acabara con él, pues amaba a aquella mujer, y no podía dejarla en manos de tal sodomizador.


Las ayudé a vestirse, y salimos todos de la sala. Los días posteriores no nos vimos, la reina no vino a verme a la obra ni yo quise acercarme a palacio. Quien si vino a la obra fue l

a cortesana, entró en mi cobertizo y se acercó a mí, me susurró: - Me gustó el sexo con el faraón, imaginé que eras tú.

- Coconubis, yo no deseo tu cuerpo, deseo a otra mujer, y lo sabes.

- Sen-En-Mut, teniendo al faraón, ¿para que quiero a una súbdito?

- No, tu no conoces al faraón, solo te quiere cuando le plazca, nada más,pronto se deshará

de

ti.

Marchó enfadada.


El tiempo pasó, y volví a recibir la visita de mi reina: - No puedo estar sin ti, -Dijo- me arrodillé ante ella, la abracé por la cintura, subí su túnica y besé su pubis,

abrió levemente sus piernas, y metí mi boca, lamí su sexo, seco, pero en breve volvió a mojarse, se humedeció tanto, que cada vez que pasaba mi lengua, todo su sabor intimo se quedaba en mis labios, en mi nariz, en mis mejillas, la sujeté de las caderas, y apoyada en la pared, la levanté y la penetré, mis

labios paseaban entre sus pechos, mis manos abrían sus nalgas, y me pene se introducía una y otra vez en su interior, abrazada en mi, la llevé hasta encima de mi mesa, sus piernas en alto, encima de mis hombros, y mi verga sin dejar de moverse, dentro y fuera, provocaba los espasmos de aquél cuerpo tan deseado. Cogió mi cuello, y me besó mientras se incorporaba, me hizo tumbarme en el suelo, boca arriba, y ella se agachó, vestida, arremangó la túnica y sin utilizar las manos se introdujo mi pene en su interior, era el único contacto entre ella y yo, se levantaba y se sentaba, en cuclillas, cerrando los ojos y sintiendo el placer en ella. Entonces se dejó caer sobre mi, sin sacarla de su interior, se limitó a juntar sus labios a los míos y dijo: - Te amo., en ese preciso instante un golpe de calor cubrió mi pene, al momento de sentirlo exploté llenándola de mi semen que brotaba en su interior. Nos besamos, durante varios minutos, y nos relajamos unos encima del otro.

Volvió la normalidad en nuestros encuentros, así como los encuentros entre el faraón y la cortesana.


Pasó el tiempo y comencé a sospechar que algo le sucedía a mi esposa, pues ya no me

buscaba para complacerla, lo cual no me importaba, pero no era normal. Así que un día la seguí, en su ruta a palacio, y qué sorpresa la mía cuando llegó a su destino ¡la alcoba del faraón! Dejé pasar unos minutos y luego espié por una rendija, donde pude ver a mi esposa, boca abajo en la cama del faraón, y éste montado encima de ella como cuando monta un caballo en la batalla, durante unos segundos y de golpe dejarse caer habiéndose corrido sobre ella.

Esa imagen no me molestó, sino que me alegró, ver que podía tener una posibilidad con Maat-Ka-Ra.


Pero alguien se adelantó a los hechos que yo esperaba, una mañana apareció muerto el faraón y la embalsamadora, desnudos en el lecho real, ensartados con una lanza, y a su lado, l

a cortesana ensangrentada mirándolos, y diciendo: era mío, era mío...

La reina, ahora faraona, desterró a la cortesana, pues dentro del mal realizado, era a

gradecido por nosotros, y creímos que esa era una penitencia justa por ayudarnos a estar juntos.



A sus pies, mi reina, mi ama.

2 comentarios:

  1. SIN PALABRAS ME HAS DEJADO!!
    DE VERDAD ES TUYO PROPIO???
    JOOOOOOO YO KIERO SENTIRME FARAONA!!!
    JAJAJAJA
    CREO QUE VA A SER UNO DE LOS PREDILESTOS PARA MI.
    TE FELICITO. ME HA SORPRENDIDO GRATAMENTE

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  2. Si, la verdad que el estress y la falta de tiempo me ha hecho dejar este tipo de relatos, para crearlo leí mucho sobre egipto y la historia, para utilizar personajes que fueron reales, es uno de los relatos que me llevaron más tiempo de crear... pero pronto volveré a las andadas... tengo alguna cosita preparada... besos kkinna

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