viernes, 11 de junio de 2010

Imprevisible, de nuevo, Natalia

Dias sin saber de ella, semanas, ya no aparecía por los lugares habituales, la recordaba, pero su recuerdo se desvanecía en mi memoria.

Cuando viajaba a la ciudad por trabajo, solía visitar la estación de metro donde quedábamos en nuestras citas, iba a desayunar al mismo bar, cenaba en el mismo restaurante que tanto le gustaba a ella, con la esperanza de verla pasar.

Las fantasías invadían mi mente, cuántas conversaciones subidas de tono, fantaseando sobre el sexo furtivo en cualquier rincón, en el baño del bar, entre los coches del párking, al coger el metro recordé, uno de nuestros mejores polvos, aquella noche en el vagón de metro…











“Fue un polvo rápido, era el último convoy de la noche, salíamos de cenar y la acompañaba a su casa, quedaban tres paradas, y la última pasajera se bajó. Nada más cerrarse la puerta del metro saltó sobre mi, empujándome al asiento, con frenesí mordía mi cuello, besaba mis labios, buscaba mi bragueta.

- Te deseo desde que te conocí Jordi.
- Es mutuo.

Metí mis manos bajo su falda, buscando la goma de su tanga, apartándolo para introducir sin impedimentos mis dedos en su sexo, se movía al ritmo que masturbaba mi polla ya erecta y fuera del pantalón.

Llegábamos a la estación, paró, se quedó inmovil sobre mi, por si entraba alguien, nadie abrió la puerta, pero una pareja en el otro andén nos miraba con cara de alucine.

Sin arrancar. Seguimos moviéndonos, abrí sus labios, ella dirigió mi polla haci el objetivo, y se la introdujo.

Arrancamos. Clavé mis uñas en su piel, abrí sus caderas, levanté sus piernas y sujeta a mi cuello siguió sus acelerados movimientos en cuclillas sobre mi, el olor a sexo mezclado con su perfume profundo inundaba mis pulmones, sus pechos golpeaban, libres sin sujetador, bajo la camiseta en mi cara, echaba mi cabeza atrás siguiendo los tirones de sus manos en mi pelo.

De nuevo otra parada, el morbo y la excitación de la situación no nos permitió parar, se abrió una puerta pero no quisimos ni mirar, una voz de mujer nos llamó: -¡degenerados!

Miré, una mujer se dio la vuelta y bajó camino de otro vagón. Arrancó, yo no podía más, la levanté con mis brazos, a pulso sobre mis caderas, se colgó del pasamanos del techo, ahora su peso lo soportaban sus brazos, yo cogía sus caderas y más facilmente la balanceaba dentro y fuera, aprovechaba para meter mis manos bajo la camiseta, pellizcando y manoseando sus pezones duros marcados en el tejido.
Sus piernas cruzadas tras de mi hacían la fuerza suficiente para conseguir una penetación profunda, notaba en la inmensa dureza de mi polla como palpitaban las venas cargadas de sangre, los huevos a punto de estallar de semen, el orgasmo estaba cercano.

Se lo dije, gritaba, pedía más: - fóllame, fóllame, destrózame.
No podía parar, estabamos a punto de llegar a otra parada, aceleré mis movimientos, la descolgué, la eché estirada en el banco, cogí fuertemente la barra tras su cabeza, para hacer más fuerza dentro de su coño, y me preparé para estallar.

Sus gritos apagaban el ruido del tren, apenas podía escuchar el traqueteo, mordía su cuello, la enloquecía, sentía como mi polla abría y cerraba su vagina, sus piernas hacían fuerza para no separarme, sentía como ella contraía su coño una y otra vez, provocando mi orgasmo al sentir como salpicaba mi miembro de líquido candente, sus jadeos eran intensos, nuestros fluidos se mezclaban, mi semen era absorvido por la esencia ardiente de mi nueva amante.

Allí, con sus brazos rodeando mi cuello, su cabeza en mi pecho, intentando recuperar la respiración, mis manos buscando sus mejillas para mirarla, besarla, y sonreirla.

Bajamos del tren en la misma estación que la señora que nos volvió a increpar por guarros, pero nos dio igual, sonreimos, y seguimos caminando.

En el portal de su casa, pactamos el siguiente encuentro, entre besos y caricias, entre perfumes carnales impregandos en nuestra piel y sensuales dedos bajo la ropa.

Natalia, me gusta tu nombre.”







Tomé consciencia de mi situación, me había pasado la parada, estaba en el final de la linea, la misma en la que nos dejamos llevar, meses atrás… cogí el teléfono y la llamé:

- ¿Hola, sabes quien soy?
- Claro tontorrón, se quien eres, un picha brava.
- Iba en el metro, y te recordaba, recuerdaba tus labios, tus dientes impecables, perfectamente posicionados, tus ojos profundos, tu pelo negro, tus manos inquietas… y desperté en tu casa.
- Tu te has alejado.
- Lo siento, te añoro.
- No me añores, eso es mucho más importante que echar de menos, tal vez tan solo me eches de menos
- Te añoro, y estoy en el metro, bajo tu casa.

Colgó, y salió del portal, bajó las escaleras del metro, y me vió allí, me acerqué a ella, un escalón más bajo. Sin decir nada, en silencio.

Me abalancé sobre ella, no le di tiempo a reaccionar, quiso apartarse, pero cuando sintió mi lengua explorar la suya se rindió a mi reconquista.
- Eres imprevisible, lo sabes?
- Lo se, y se que te encanta.

5 comentarios:

  1. makañnñÑNÑVnvnvooñNñn eso digo yo..

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  2. Ay esas llamadas imprevistas qué peligro tienen!

    Me ha gustado mucho.

    Un beso, Nuda

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  3. Andele con el galan, así tambien me las cojo yo mismito. cachetadas le daria yo a la chava esta. Nataly me pone a cien millas por hora, y que ganas de darle picante mexicano!!!!!!!!!

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  4. Kkinna, de nada... mejor la semana?

    Natalia...jafjkadfgnqejinerª!!!

    Nuda, yo también te sigo, pero por lo visto a ti te hacen mejores regalos que a mi...

    Wilson, me da a mi que a NAtaly no le va el picante mexicano, prefiere el sabor dulce español...

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